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Conde Miranda: “Los roles masculinos tradicionales son más difíciles de modificar que los femeninos”

La ponente participaba y codirigía el curso “Las buenas relaciones de género en la adolescencia como un pronóstico de una sociedad democrática”.

23 de julio de 2014

La profesora del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de La Laguna Elena, Conde Miranda, dictó una conferencia en la Universidad de Verano de Adeje que, analizó el proceso de construcción de la identidad masculina. A su juicio, el rol de lo que cultural y socialmente se considera típicamente varonil, está resultado ser más estereotipado y difícil de modificar el femenino. La ponente participaba y codirigía el curso “Las buenas relaciones de género en la adolescencia como un pronóstico de una sociedad democrática”.

De este modo, en los últimos años el rol tópico de “lo femenino” ha logrado incorporar elementos que, hasta hace no mucho, eran exclusivamente atribuidos a los hombres. En cambio, no se ha dado un trasvase similar en el rol tradicional de lo masculino. Es decir: el estereotipo femenino ha logrado evolucionar, mientras que el varonil resulta más monolítico e inalterable.

El cambio es de diferente intensidad entre las mujeres que entre los hombres. Objetivamente, en el proceso ellas salen beneficiadas, pues se produce un empoderamiento de su figura y llegan a áreas sociales que antes les eran vedadas. En cambio, lograr la igualdad supone que ellos renuncien a cosas. De ahí que, en opinión de Conde, “hay que ser tolerantes con ese periodo de incertidumbre que viven ahora los hombres”.

Es cierto que se están proponiendo modelos de identidad masculina emergentes que difieren de la visión tradicional, pero aún no se han consolidado. Se sigue viendo lo masculino en oposición a lo femenino, no como algo complementario y con rasgos comunes. También se sigue apostando por un “yo” del hombre que se afianza según sus logros, no según su relación con los demás, explicó la ponente.

En el campo de la sexualidad y el amor, es cierto que ya no está tan escindida, de modo que ya se empiezan a dar modelos femeninos que separan las relaciones íntimas de los sentimientos, y roles masculinos que, al contrario, unen más ambos conceptos.

Para Conde Miranda, la sociedad tiende a una finalidad clara: lograr un futuro igualitario. El problema es que están fallando los valores instrumentales para construir esa igualdad, no se hace lo adecuado para lograrla. Y la influencia mediática no ayuda, puesto que la publicidad, el cine, los videojuegos o la música perpetúan el estereotipo del hombre activo y dominante frente a la mujer disponible y sumisa.

Género y sexo

Al principio de su intervención, la ponente se detuvo en realizar la distinción entre “sexo” y “género”, términos que se emplean indistintamente pero tienen implicaciones diferentes. El primero se refiere a lo puramente biológico: es innato y no se puede modificar (o muy poco). El género, en cambio, hace referencia a categorías sociales, a lo que en un determinado contexto histórico y cultural se atribuye a hombres y mujeres. “El género es el traje que la cultura le pone al sexo”, resumió.

Para la especialista, es peligroso que se esté poniendo énfasis en la biología como justificación de comportamientos, conductas o incluso políticas, y se deje de lado el género, porque ello pude ser empobrecedor. Por ejemplo, citó que se está proponiendo una vuelta a las escuelas segregadas por sexo en atención a una supuesta mejora del rendimiento académico, y por el contrario parte, se están olvidando los beneficios que la formación mixta posen para enseñar a convivir con naturalidad y en igualdad.

El género ya está en la cabeza de los progenitores antes de que nazcan sus hijos; ya desde que están viendo ecografías, realizan atribuciones de géneros: así, si es niño y da patadas, no faltarán los comentarios referidos a lo varonil que va a salir. Se han hecho experimentos consistentes en poner la imagen de un bebe sin indicar su sexo. Cuando se dice que es varón, habrá alusiones del tipo “qué machote" o "qué fuerte”; si se dice que es niña, cambia el discurso: "qué dulce", "dan ganas de comérsela". Esas distinciones culturales persistirán a lo largo de la infancia y la adolescencia,